¡Trastorno de Déficit de Atención! ¡Espectro Autista! ¡Retraso en el Desarrollo! !Síndrome de Down!… etcétera. Es algo de lo que podríamos encontrar después de la búsqueda de algo que nos explique, lo que intuíamos; algo va siendo diferente en el desarrollo de nuestro hijo. Después de ese primer impacto, sigue una serie de preguntas, eventos, y nuevas búsquedas; sobre lo que proseguirá, dónde acudir, cuál es el futuro.
Para las familias esto deriva en situaciones y momentos complicados. Unas no logran superarlo y se separan; en otros casos alguno de los padres abandona el reto. Los afortunados van al encuentro de alternativas para darle a su hijo las herramientas necesarias que le permitan aprender las competencias necesarias para la vida.
En ese camino también se juegan dudas; necesidad de curas mágicas; falta de aceptación (por qué a mí o a mi hijo-a); depresiones que conviven, casi al mismo tiempo, con empeño, amor y buenas intenciones. Requerimos, entonces, tanto apoyos externos como ajustar el manejo familiar. Es por esto que, en la atención de nuestro hijo, se hace necesaria una intervención terapéutica de un profesional que trabaje con la familia o con la persona que vive con el menor: ya que solamente así podremos darle “todo su equipaje”, es decir, la posibilidad de independencia, seguridad y autoconfianza, y que no cargue con nuestras emociones no trabajadas, las que funcionarían como obstáculos continuos en su camino por la vida.
Por otra parte, en la actualidad, además de un diagnóstico “médico”, contamos con la posibilidad de obtener atención terapéutica profesional, para dotar a la persona y a la familia de herramientas y conocimientos, lo que posibilita que, en equipo con la institución escolar, se proporcionen a los chicos los elementos para el desarrollo integral de sus potencialidades, que serán tan amplias como diversas, en tanto las aceptemos y trabajemos.
Puede que nuestro Juanito no llegue a ser un ingeniero con doctorado, pero si un hombre feliz.