Centro de Apoyo Psicológico Pedagógico y de Lenguaje


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Los Berrinches en la Educación Socioemocional de los Niños

El desarrollo emocional de un individuo comienza antes de nacer; cruza por el no necesitar nada en el vientre de la madre, al momento en el que tiene que esperar para ser alimentado; para poder estar limpio, o ser arrullado. El proceso, hasta la aparición del lenguaje, puede ser un poco complicado para la madre, la familia y el propio bebé. Por una parte, está la búsqueda de satisfacción placentera de sus necesidades vitales; ya la vez, la necesidad de un momento de contención y aplazamiento de la satisfacción. Lo que eventualmente lo llevará al autocontrol y autonomía. Tomemos un ejemplo, el bebé tiene como medio privilegiado de comunicación el llanto; él llorará cuando tiene alguna necesidad, entonces la madre lo prepara y se prepara para darle de comer, y esto implica un tiempo de espera que él irá “almacenando en su memoria”. Posteriormente, volverá a llorar para ser atendido, y la madre va “reconociendo el código” para saber si quiere que lo cambien, si está enfermo, si quiere el chupete, o solamente que lo arrullen; no obstante lo anterior entre la “expresión” de lo que necesita y la satisfacción, por razones naturales, existe el inevitable plazo de “espera”. 

Más adelante, la aparición del lenguaje oral se presentará como fundamental; junto a la posibilidad de mayor movimiento, el menor va logrando resolver por sí mismo algunas necesidades, e incluso avanza para ponerle nombre -a través del lenguaje de la madre; vg cuando le dice tienes sueño; ya quieres dormir; estás enojado- a lo que requiere tanto en lo físico como en lo emocional.

En este contexto hay aprendizajes esperados y claves socioemocionales (1) entre los que podríamos destacar los siguientes:

  • Reconocer necesidades básicas de sí mismo
  • Reconocer las emociones básicas e identificar cómo se siente ante distintas situaciones 
  • Utilizar el lenguaje para hacerse entender y expresar lo que siente al enfrentar situaciones de conflicto
  • Controlar gradualmente conductas impulsivas que lo afectan a él o a los demás
  • Utilizar estrategias para regular emociones
  • Reconocer cuando está en calma

Ahora bien, ¿cómo se relaciona esto con los berrinches? Todos los niños pasan por etapas en donde el enojo está presente, y ellos pueden darse cuenta de que “algo” les pasa, y, por tanto, es necesario ayudarles a saber ¿qué es?, ¿qué puede significar? Adelantaremos que las rabietas son moduladas por las respuestas de los padres, y de ello dependerá que, en etapas posteriores, los niños puedan establecer al lenguaje como vehículo mediador para gestionarlas.

Sobre este trayecto podemos decir que los berrinches han sido considerados por múltiples autores como: “manifestaciones de los niños al sentir frustración, ira, miedo o tristeza”; o “un estallido emocional violento, en general en respuesta a una frustración”1. En cuanto a las causas más comunes, podemos incluir frustración, cansancio, hambre, buscar atención, obtener algo, o evitar algo.

Las actitudes de padres y familiares van desde responder de inmediato a sus demandas, adivinando incluso lo que “requiere”; hasta responder con violencia o castigos severos, acompañados de gritos y aspavientos. Estas conductas hoy son consideras como dañinas, y por supuesto están proscritas de las prácticas pedagógicas actuales. El trayecto también pasa por “modas”, como la de abrazar en el momento del berrinche, la crianza respetuosa, y muchas otras más. Sintetizando estas múltiples opciones, diremos que algunos expertos han propuesto estrategias que nos parecen funcionales y adecuadas, entre las que destacan:

  • Mantener la calma. Nótese que ponernos en sintonía con la rabieta del menor solamente incrementa la conducta no deseada; además, al ser nosotros el ejemplo a seguir, el mensaje resulta contradictorio; sobre todo si lo que buscamos es “entrenarle” en la resolución de conflictos.
  • Ignorar el berrinche (siempre que sea posible). Siempre y cuando el niño no corran peligro, tratemos de continuar como si no pasara nada. Cuando tenemos “público” o estamos en un lugar donde pueda lastimarse, se recomienda cargarlo sin violencia -pero también sin hablarle- llevándolo hacia un lugar seguro hasta que termine el berrinche. Esta estrategia tendría el máximo efecto si la actitud del adulto se mantiene en cada ocasión. Si esto no es posible, ya sea porque nos cansamos o porque el enojo nos rebasa, la técnica puede resultar contraproducente; así por ejemplo: si el niño empieza el berrinche en el “nivel 1” y al subir al “nivel 4” el adulto cede o es violento, el niño se dará cuenta, y con gran probabilidad el siguiente berrinche se iniciará desde el “nivel 4”; pues es allí donde obtiene lo que él desea. Así podría ocurrir que el próximo berrinche inicie a partir del nivel en donde terminó el anterior.
  • Tiempo fuera. Se le avisa que si hace un berrinche o lo continúa, tendrá que permanecer en un espacio específico por un lapso (el tiempo es el número de minutos de su edad: es decir, a un niño de 4 años le corresponden 4 minutos en el espacio de “reflexión”)
  • Entrenarlo en actividades de respiración, relajación, actividad y parar.

En cualquier caso, una vez que se ha tranquilizado, es necesario platicar con él, y comentar que el lenguaje (ponerle nombre a las cosas y emociones), y no el berrinche, es lo que lo eventualmente podría llevarlo a satisfacer sus necesidades y deseos. Recordemos que no todos los deseos se pueden cumplir, vg la mascota no va a revivir.

Cabe mencionar lo importante que es nunca acceder, aunque podamos hacerlo, en medio de un berrinche; ya que, como hemos señalado, el aprendizaje fundamental es que la rabieta no es la vía, ni la solución.

La forma en que se manejen los berrinches pueden favorecer las competencias cognitivas y socioemocionales del niño; o bien incrementar las conductas desafiantes, contrarias a su autorregulación, y nuestra tranquilidad y sana convivencia.

En todos los casos, al terminar el momento del berrinche es importante abrazarlo y ayudarlo a buscar otras formar de resolver esos conflictos (cuentos, canciones, escuchar música, etc.). Es decir, mostrarle que lo que rechazamos es la conducta, no a él. El amor y la aceptación incondicional son la base de su autoestima, y por ninguna razón las debemos escatimar.

(1) Manual de Pediatría

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