Dice un dicho popular: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”; y pareciera que hoy en día tendríamos que sumar otras profesiones. Con la generalización del lenguaje psicológico, muchas personas “diagnostican” a pesar de no tener los conocimientos para ello. Así no resulta extraño escuchar: fulano es bipolar, mengano está deprimido, o perengano tiene TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad).
Supongo yo que nadie aceptaría, así como así, que, por ejemplo, un vecino viniese y dijera:
- Señora, su hijo tiene un problema cardiaco, y requiere una operación para corregirlo.
Seguramente, si la opinión tiene visos de realidad, visitaríamos a un profesional especializado -digamos un angiólogo o un cardiólogo- y le confiaríamos a él la responsabilidad de realizar el diagnóstico. Y una vez establecido y confirmado -lo cual podría implicar solicitar “una segunda opinión”- preguntaríamos por las opciones de tratamiento y sus implicaciones. Así, en nuestro caso hipotético, no elegiríamos una operación a corazón abierto, si una cirugía menos radical, como un “stent” puede resolver de la misma o mejor manera el caso.
Si bien es cierto que los maestros y directivos de una escuela cuentan con experiencia en el trato con niños -por lo que puede valer la pana tomar en cuenta sus observaciones- habrá que preguntarse si también tendrán calificaciones profesionales en el área de la salud mental. ¿Será el TDAH la única explicación posible para el comportamiento de un chico? ¿podría haber en su entorno -particularmente en casa o escuela- algo que lo motive a comportarse así? ¿no será que algún problema físico, por ejemplo, de la vista, el que limite sus capacidades? ¿es el modelo pedagógico del centro escolar, y la particular forma de aplicarlo del docente, el que más se adapta a la personalidad y el temperamento de nuestro hijo? ¿tiene un comportamiento atípico, o simplemente es parte de su temperamento y edad? Cabrá también valorar si podemos ser objetivos en la observación de las conductas de nuestros hijos; resulta obvio que el vínculo afectivo dificulta realizar esta tarea de manera imparcial.
Avanzando un poco más, en el caso de que un profesional de la salud mental diagnostique el trastorno, ¿será, por ejemplo, el Ritalin el único tratamiento; o valdrá la pena, por ejemplo, evaluar el efecto de la psicoterapia y las técnicas de aprendizaje? A fin de cuentas, me parece que el propósito de la educación de un hijo, no es hacer que el chico obtenga las mejores calificaciones en 3º de primaria; sino acompañarle para que se convierta en un ser pleno y feliz que pueda disfrutar su vida. En resumen, tomemos para nosotros la invitación implícita de Lou Marinoff en su libro “Más Platón y menos Prozac”, intentando otras vías verosímiles, sin negar la posibilidad de que, en algunos casos, la farmacopea pueda ser parte de la solución.